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viernes, 20 de julio de 2018

FELIZ 28 DE JULIO

jueves, 17 de mayo de 2018

honda yaro

Honda Yaro
Con la honda bajo el yaro
para cazar las torcazas
mis ilusiones de raza
se iban con el disparo
Cada una me costaba caro
pinchazo en mi pata cala
Hoy cazo en otra escala
cazo recuerdos en verso
Hoy nostalgia yo almuerzo
con alegría muy rala

entrada a la web

martes, 15 de mayo de 2018

EN UN RINCON DEL ALMA -Alberto Cortez.wmv

Alberto Cortez-no soy de aqui ni de alla.

domingo, 24 de septiembre de 2017




Se ve hermoso porque está en el fondo del corazón Escuchando en la radio canciones del recuero que se han quedado perdidas en el recoveco de las fibras aunque después se fueron por los caminos de la vida A cada uno lo asaltan a mano armada algunos días estas evocaciones que no quitan y a las vez nos entregan parte del ahora. 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

4 - LA Maldición DEL CAPORAL







El valle poblado de jorobadas vides, que proyectan sus ramas, cual manos ofreciendo, dorados, negros, rosados racimos de   uvas. Sabores diferentes, néctares de dioses, dulzores de uvas para los mas refinados paladares, que se disputan la exquisitez , las del fundo Yaravico con las del fundo Locumbilla. Últimos días del mes de Mayo y primeros de Abril. Tiempo de vendimia, calderos de cobre y estaño, pailas, peroles, cazos, odres sedientos. Prensas , lagares dispuestos a llorar mosto. Uvas listas para someterse a la sangría, de la que solo quedarán escuálidos escobajos y calaverinos hollejos. Los capachos (especie de serones forrados en cuero)  hermanos gemelos en los lomos de los burros, mulas, con sus bocas abiertas para recibir la cosecha. Vivencias que se escapan por entre los dedos del tiempo. Tiempos de bonanza, que partieron con gloria dejando un suspiro que se nutrió de boca en boca. Don Felipe Estrada hombre bondadoso de mucha fe, viñatero , excelente bodeguero, trabajador constante, siempre presto a regalar una sonrisa que asomaba bajo sus rubios bigotes, la entregaba con una mirada, penetrante, profunda,  sincera, de sus ojos azules. De estatura regular, músculos fuertes y duros como las ramas de los enormes molles que desinteresados, regalaban su sombra a parte del corredor de la bodega del fundo Yaravico de quien era dueño.
! Hoy comenzaremos la vendimia ! - Sonó su voz grave y fuerte. Sincrónicamente levanto el brazo derecho, velludo dorado como las uvas, por el sol eterno del valle, señaló la viña y termino  diciendo:
- ¡ Que sea buena cosecha para todos!  - Españoles eran pocos, más mestizos indios y esclavos negros, allá  reunidos. Conversando, silbando y protestando y  cantando. En el fundo Locumbilla, también‚ todos estaban en el mismo que hacer. Contrastando con la nobleza, honestidad y bondad, como la noche del día, vivía, relajada, placentera y opíparamente  Doña Rosenda Sepúlveda viuda de Aragón, gorda mujer de cobriza tez, timbre ronco en su voz, la que parecía acompañarse de un eco, nacida de una boca grande, labios gruesos. Criticona, maliciosa lengua, pequeña cara para enorme boca. Expreso doña Rosenda 
- ¡ Sigan cosechando para que sigan pisando uvas! -¡ metan en las prensas las otras que vienen de la viña chica! -  En ese momento se tomaba su ancha falda de color zanahoria, que pegada sobre su prominente vientre y protuberantes nalgas parecía un enorme tronco vestido. El mayordomo, misterioso hombre, de huidiza mirada, que días atrás llegó y fue contratado para dirigir la cosecha. ¿ De donde venía?. Nadie lo sabia. Pero los rumores decían que tenía poderes sobrenaturales, algunos decían que podía transformar las cosas  Escuchaba el comentario de la dueña. 
- ¡ Tengo la mejor cosecha de mi vida, alisten todos los odres peroles para recibir el mosto! El sexto día de cosecha transcurría caluroso, soleado. Como la mayoría de los del valle. Don Felipe Estrada hijo de España, heredero del fundo Yaravico, la cosecha terminó.
- ¡ La señora Rosenda de Sepúlveda, la viuda, nos ha invitado !- Dijo refiriéndose‚endose a paisanos suyos y algunos mestizos 
- Hoy harán  una fiesta porque llegan sus hijas. Tu también‚ Cutino .-  Se refirió a un indio anciano que era de su confianza. En caballos unos, en mulas otros, como cuentas de rosario hacia el fundo de Locumbilla. Estando ya frente a la bodega se apreciaban las paredes de adobes, altos mojinetes con techo de cañas con torta de barro ,las ventanas de ellos eran bocas sonrientes, de las tres largas construcciones. El alero del corredor cubría con su tul de sombra a los bancos y tarimas que había al rededor de una larga mesa. ,Dos ventanas de hierro forjado dejaban ver el interior de la bodega, estaban abrazados por una enredadera de flores negruzcas. La obesa señora al verlos dijo:
-! Adelante don Felipe  ! Estoy contenta con la cosecha ya tengo todos los peroles y odres llenos de mosto y todavía tengo muchas uvas para pisar. Dos jóvenes mujeres llegaron en briosos y bien aparejados caballos. Eran sus hijas, con  idénticas facciones que la madre. El sol pintaba el poniente con acuarelas multicolores, dejando sus últimas pinceladas en la ladera, donde bien ubicada estaba la bodega. Hombres agotados, ante el trabajo, rendidos, sudorosos, sedientos y hambrientos por la mezquindad de la dueña, pies casi sangrantes de tanto pisar uvas en los lagares. Se rendían las acémilas‚ respingando ante la carga de uvas en los capachos de sus lomos.
El mayordomo expreso ante la dueña:
-¡No hay en que llenar el mosto señora! -Ambiciosamente contestó ésta.
- ¡ Que sigan pisando uvas hasta que el mosto llegue, hasta donde estoy bailando con mis hijas. ! JA ! !Ja! !Ja -  Reía embriagada no por el vino sino por la avaricia.
- ¡ No insulte usted a Dios y a la naturaleza! - Dijo el mayordomo .
- ¡ Perro sarnoso ! ¡ Atrevido ! ¡ contradecirme a mí ! !Te ordeno que sigan pisando y prensando las uvas ! -El mayordomo, en rayos torno su mirada, arrugó el ceño como enfurecido can, sus labios se movieron tan lentos que parecían grabar las palabras con un frío acento que estremecía, y se proyectaron en el aire como martillos.
-¡ Por glotona ambiciosa por mezquina y  perversa por  malvada vas  a morir y  después‚ de tu gloria; sola, abandonada y sedienta, un hueco, será  tu alma y tu cuerpo, tanto que te gusta el vino ,tu vientre se secara !!! -
 Doña Rosenda enfurecida : - ¡¡ Fuera de mi vista !! ¡¡Apártate antes que te mande a azotar!!!  ¡¡¡ Maldito ! -El mayordomo salió.  Continuo doña Rosenda :
- La jarana no tiene porque morir. - Una curvilínea guitarra con acordes coquetones comenzó a alegrar la fiesta. En los lagares de la bodega, los indios los esclavos, seguían en su agotadora faena. El mosto comenzó a escurrirse hacia el suelo como un pequeño charco que crecía hacia el corredor, donde discurría la fiesta. Se mezclaba con el orujo y el escobajo depositado en un rincón del corredor. Dormidos en las prensas y lagares, quedaron los que laboraban adentro. Afuera borrachos por el vino, agotados de tanto bailar, por doquier en el amplio corredor quedaron los invitados, unos estirados en los bancos, apoyados en la mesa otros, hasta don Felipe cayo seducido por Baco en sus brazos . A doña Rosenda y a sus hijas, una atracción misteriosa las condujo al rincón del comedor, donde el orujo escobajo y mosto ablandaron el suelo .Comenzaron a bailar frenéticamente‚ dando tantas vueltas sobre sí mismas, cual remolinos humanos. Paulatinamente, comenzaron a hundirse, primero los pies , luego las piernas El silencio invadió a la noche y a las mujeres. Se  hundían muy lentamente ya hasta los muslos. La noche extendió su negra mano más y más, hasta las estrellas cayeron en el saco obscuro de esas horas. El frío de la noche se detuvo congelando de miedo a todas las criaturas del lugar. Lentamente, desaparecieron sus cuerpos, sus pechos y luego sus cabezas en la tierra, el silencio se eternizó .Las horas se cayeron en el otoño diario del  árbol del tiempo y una de ellas trajo aullidos lastimeros de perros ,que hicieron retornar a la existencia  aquel lugar. Las caricias del joven sol de la mañana, hizo tomar conciencia otra vez a las criaturas diurnas. Primero el cantante y guitarrero, luego los demás hasta que la luz estimuló las retinas de don Felipe Estrada. El indio Cutino ajado por los años, aporreado por las horas del trasnochar, gritó asustado
-- ¡¡¡Vení acá  papacho!!!- En el rincón del corredor, todos se quedaron presos del asombro ,al contemplar tres enormes recipientes de gran boca ,color cobrizo ,panzones huecos a los que se le escurría un chorrito de mosto mezclado con barro.
-¡¿ Dónde esta doña Rosenda y sus hijas ?! - ¡¿ Dónde esta el mayordomo ?! - Nadie dio razón de ellos .Todos los allá presentes ,se retiraron pensativos. Este acontecimiento se trasmitió de generación a generación en diferentes versiones y dicen que desde aquel día aparecieron y se usaron para guardar el vino ,las tinajas en el valle de Moquegua.

La maldición del mayordomo como una inalterable profecía se cumplió. Hoy las tinajas, sedientas y abandonadas, son solo escritura de arcilla; escrita en las tumbas de bodegas esqueléticas, que nos recuerdan tiempos de esplendor y  prosperidad, hoy quedan algunas en el valle de Moquegua.

miércoles, 6 de septiembre de 2017


 2 Molles y vilca





“Loma Quemada” fundo en el “Alto de la Villa” encuadrados por paredes de piedra y barro, molles, sauces e higueras, los terrenos, que eran cuidadosamente cultivados por don Ricardo Chaparro casado con doña Manuela Nogal, mujer noble y sencilla, de pecho pletórico, de bondad y amor. La casa recostada en el camino, de terrosas paredes, como visera una ramada de cañas daba morada a la naciente familia. El guardián un esquelético perro, se sostenía en hambre y pulgas. A doña Manuela Nogal se le cayó la vida en el pozo negro de la muerte, al nacer su primer hijo, dejando a su Ricardo acompañado de un pedacito de carne palpitante, su hijo, enorme dolor y un vacío espiritual de penas. A su primogénito lo llamó Abel. El duelo negra ave depresiva cruzó rápidamente el cielo nublado de Ricardo y se perdió en el horizonte de esperanza al conocer a Gumercinda Salvatierra. A Abel padre y madrastra lo criaron bajo el fantasma de la amenaza, el verdugo del látigo, el dolor de las privaciones y el grillete del hambre, Cada travesura de inocente niño estaba sentenciado por el código cruel de la madrastra. Así vivió 11 años entre zurras, hambre, privaciones y pobreza. Abel de naturaleza recia y rebelde como las plantas de yaros que crecían en la quebrada resistía impávido momentáneamente. El sol lanzaba sus rayos candentes dorando el valle, en esos días de quietud y estío de Moquegua. Abel con su fiel compañero siempre el hambre, salió a buscar alimento con una honda en la mano y desdichas en los bolsillos, se fue a casar torcacitas, entre las rubias y ondeantes cabelleras de trigales, como trofeo de caza obtuvo cinco torcacitas. Con palos secos de molle, melancolía y necesidad atizó el improvisado fogón, donde en una lata asaba las torcazas, las avecillas asadas eran manjar y banquete cuyo sabor solo le duró unos instantes, pues una traviesa chispa haciéndole una mala jugada a Abel saltó hacia la rubia paja de trigo y se produjo un incendio, Abel desesperadamente trató de apagar el fuego, pero fue en vano su esfuerzo. Se apoderó de su ser la angustia y el llanto nubló sus ojos. Su mente de niño se iluminó con la idea de fugarse, corrió hacia la casa, cogió una talega donde puso unos destartalados zapatos, un tacho de hojalata para agua, unos pantalones rotos y dos monedas de plata de nueve décimos de su padre que ahorró y escondía enterrados en la pata de la cama. Con la talega al hombro, llena de harapos y nostálgicos recuerdos y temores, le pesaba más, aumentaba la carga al pesar de su alma, así partió acompañado por sentimientos, esperanzas, ilusiones e incertidumbres. Con pasos dubitativos llegó a las vías del tren al verlas dijo para sí: “por acá llegaré a Ilo”. La noche bruja de negro vestido salpicado de lentejuelas de estrellas, botones de luceros, le trajo de regalo miedo y frío, pero Abel aferrado a sus pies prosiguió su caminata. Sin saber cuando ni donde, el sueño lo abrigó con sus manos de descanso. El trinar de los pájaros, la brisa con su llanto el rocío de alborada lo acariciaron despertándolo al final del valle de Moquegua en el fundo de  “El Pacay”. Llenó el tacho con agua, emprendió otra vez su rumbo entre durmiente y durmiente, había trancos, había distancia que crecía como su destino sin Norte. Contaba primero los durmientes pero eran tantos que en “Laderas” le parecían infinitos. El sol caldeaba la cabeza de Abel al medio día, encendiendo el fuego de ideas pesimistas, llevándolo al borde del delirio, pero se fue apagando al ver de lejos la estación de Hospicio, lugar de encuentro de los trenes y de aprovisionamiento de agua para el caldero. Llegó a la estación, construcción de madera con techo de calamina, una oficina y un salón de pasajeros, un telégrafo vocero del  acontecer ferroviario, Allá descansó y se aprovisionó de agua. Prosiguió con más vigor su marcha. El sol se cayó del cielo en el poniente por las lomas de Ilo, allá durmió enterrándose en la arena, la que fue su granítica frazada, almohada y Ángel de la Guarda, aunque para su frío interior no tuvo cobijas durante el resto de su vida. Un olor diferente lo despertó aquel día el olor a mar. La mañana joven lo vio en la entrada de Ilo, hora de gran actividad portuaria. Los pies lo llevaban apenas, doloridos por las ampollas, pero se olvidó de todo al contemplar la inmensidad  del océano. El pueblo recorrido por calles recostadas en la orilla del mar con casas de madera con techos de calamina con miradores exteriores. Se dirigió hacia el muelle donde de cerca vio las olas acariciar la playa y el ruido del mar le parecía que le hablaba adivinándole su futuro. La espuma de las olas le dijo de lo efímera y hermosa que puede ser la vida. La arena fiel y fresca de la playa recién maquillada al sol, cuantas conchas misteriosas que se daban la mano con las algas. Peñas erguidas, morenos senos con pezones blancos acariciados por las olas y arañados por aves marinas y allá en el horizonte el manto infinito verde del océano, Pájaros marinos trazos voladores en el limpio cielo dibujaban invisibles letras. Tal vez averiguan su suerte. Abel al contemplar la glorieta pensó en una sombrilla de las grandes señoras colgada al sol, con tela estampada con vuelos de alcatraces y gaviotas. Los  pasamanos suspendidos por rayos del sol  de la tarde. La escalera, el brazo de la glorieta que tanteaba la temperatura del agua. Allí Abel permaneció exhorto. Descabalgó de sus ilusiones cuando el estómago le habló con dolor pidiendo comida. En la playa cercana vio un grupo de gente. Fue hacia ellos. Eran pescadores remendando redes. Un pescador llamado Gilberto le dijo:
-¿De donde vienes?- ¿ nunca te he visto por acá?
- Ahorita nomás he llegado de Moquegua ¿Le puedo ayudar? Tengo mucha hambre.
- Ven te enseño a remendar las redes trabajas y tendrás comida. - Los días pasaron. Abel aprendió. El trabajo que le dio comida. Siempre contemplaba las olas, le parecían gigantes lenguas que lamían el helado de la playa. Un día hubo más bullicio que de costumbre. En mar adentro vio un enorme barco. Era una pequeña ciudad con chimenea. Abel pregunta a Gilberto:
- ¿A donde va ese barco?  
- Va a Iquique, al Sur, dicen que allá hay plata en las minas de salitre.
- Quisiera irme para allá.
-Muchacho palomilla, si me prometes no decir nada a nadie te ayudo.
- A nadie le contaré nada don Gilberto.
- Esta noche tiene que ser, mañana zarpa el barco.- En la noche el chapoteo de los remos se confundía con el oleaje, pescador y muchacho vieron danzar los escasos brillos de la luz en el agua al compás de las olas, las sombras extendieron sus brazos para ocultarlos.
Sigilosamente Abel abordó el barco. Al día siguiente un grito:
-¡Polizonte a bordo! - Lo despertó cuando era bruscamente levantado de un brazo por un marinero. Abel asustado miró a su alrededor y solo vio una alfombra verde del océano. El capitán del barco dijo:
- Lleven a este pilluelo que ayude a echar carbón a la caldera, lo entregaremos a las autoridades de Iquique. - Melquiades el maquinista lo vio con ojos de piedad. Abel la devolvió con otra implorante de ojos pardos. Expresó Melquiades:
 - No te preocupes yo te voy a ayudar. El ruido de la cadena del ancla sonó con  un ruido ensordecedor en las costas de Iquique. Melquiades se dirigió al muchacho
- Hoy vendrá un tal Joaquín, el te llevará a tierra tu tienes que obedecerle en todo sino lo haces la pagarás caro. - Así llegó Abel a trabajar en las minas salitreras. Lo que ganaba tenía que entregarle a Joaquín. Así vivió con otra talega esta vez llena de pesares sinsabores y amarguras. El tiempo se le detuvo. El amor a su patria crecía abonado por aquel duro salitre, también se inyectó el recuerdo a su terruño que se convirtió en patriotismo peruano. Llegó arañando los años por la ladera de la vida al los 19. Adquirió la forma de hablar Chilena, pero su sangre roja y su alma blanca pertenecían al Perú.
Lo reclutaron los militares chilenos para servir al ejército de Chile. Trasladado a Arica, de acá a Tacna al cuartel Rancagua. Después del corte de pelo a coco y del rigor de los meses de recluta, pues para Abel fueron peores, siendo indocumentado sospechaban que era peruano. Como soldado vio y vivió las hostilidades que le ejército chileno hacía a sus compatriotas peruanos. Matar reses de propiedad de los peruanos para la tropa, cosechar sin pagar, saquear mercadería con el pretexto de alimentar a la tropa y violar mujeres sin que puedan a nadie reclamar, matar y maltratar a los habitantes de Tacna, finalidad aburrirlos para que dejen Tacna o que opten por la nacionalidad chilena. Abel impotente mordía injusticias. Un día salió en misión hacia una hacienda de Pocollay y vio bajo una vilca una joven alta vestida con larga falda blanca y blusa celeste su pelo negro pintaba más su hermoso rostro, en el cual brillaba una sonrisa, la que se apagó al ser descubierta. Trató de huir pero Abel le dijo:
- No se asuste señorita no le haré ningún daño - Al aproximarse pudo ver el rubor de sus mejillas de su piel hermosa y suave como el musgo del borde del arroyo donde crecía una vilca, negras mariposas de noche eran sus ojos.
- Me llamo Abel ¿Usted como se llama?.
- Mi nombre es Alejandra pero no quiero hablar con soldados chilenos.
- Yo llevo uniforme de chileno pero soy peruano nacido en Moquegua.
 Así saltó la chispa de la amistad luego fue romance. Días van días vienen y no se detienen, hasta que uno de ellos Abel salió con el cabo Rigoberto a una misión en Pocollay. Al estar caminando vieron a Alejandra bajo las parras, Rigoberto dijo:
Vamos a arrastrar a esta chola peruana- Abel se opuso y se armó una discusión entre soldado y cabo. Rigoberto exclamó:
- Tú eres otro cholo peruano igual de cobarde que todos - Abel indignado sacó un cuchillo, el cabo su bayoneta. Corrió primero luego lo encaró. Llegó Don Manuel el padre de Alejandra y vio la pelea, trató de separarlos, también Ricardo un peón de la chacra de don Manuel. La pelea continuaba Abel recibió un corte en un brazo el cabo una puñalada en la pierna Gritos de Alejandra Tironeos de Ricardo Eran un ovillo de dos hombres en el suelo Se levanta el cabo Rigoberto Abel queda tendido Rigoberto camina unos pasos y cae sangrando por la boca y con el pecho ensangrentado Abel respira jadeante  . Alejandra petrificada Don Manuel asustado Ricardo con los ojos desorbitados al fin alguien preguntó
- ¿Por qué pelearon? Abel respondió:
- Me insultaron a mí y a mi patria.
Don Manuel expresó - mi hija Alejandra me a contado de ti
 - Abel tienes que huir pues seguro que te matarán si regresas al ejército.
- Primero enterraré a este infeliz.
Nosotros te ayudaremos así entre todos llevaron el cuerpo del cabo tras de una pared cavaron una fosa y allá los sepultaron

Abel agradeció a todos y prometió a Alejandra regresar algún día por ella y emprendió el viaje a pie hacia Moquegua. De noche una sombra más en la pampa de La Alianza, solo lo acompañaban las estrellas y le alentaban los luceros. En cada paso que daba se quedaba el amor de su vida, e iba ganando amor a su patria el Perú. Las siempre vivas de la pampa lo vieron pasar, sigiloso y alerta. Llegó al valle de Sama. Atravesó el río y durmió entre unos matorrales. Acicateado por tábanos y mosquitos prosiguió hasta llegar a Locumba, donde juró ante el Cristo nunca olvidar a Alejandra. Una tarde llegó a Moquegua. La Loma Quemada le pareció un sueño. Apenas su padre lo reconoció pues la había creído muerto ya solo y sin el amor de su padre, se presentó al batallón Húsares de Junín donde sirvió a su patria con mucho orgullo. Cuando Tacna en heroica decisión regresó al suelo patrio, Abel regresó a Tacna, no encontró a Alejandra ni su familia  Nadie le daba razón de ellos. Retornó a Moquegua solitario, derrotado, contrajo matrimonio con una mujer muy parecida a Alejandra por la ley de la vida más que por amor. Murió su esposa dejándole dos brotes de su marchito tronco. No volvió a encontrar aquel amor que dejó bajo las vilcas de Tacna. Con la vejez a cuesta quedaron sus hijos a la mitad de su vida. Se marchitó por falta de agua de amor. Era un molle chueco más de las quebradas sedientas de Moquegua. La mirada se le volaba hacia el sur. Arrastraba la vida  la muerte le pesaba cada día mas. Al morir por última vez abandonó la pobreza de sus huesos y se llevó el tesoro de su alma. Una tarde fría vieron pasar un ataúd de miseria, hecho con cajones de frutas cargado en un burro. La tarde ayudó a cavar la fosa y fue la única que vistió de luto alguien hizo una cruz de unos palos allí la plantaron. Dos palos nadie supo de donde salieron; era uno de vilca el otro de molle. Así en comunión entre el destino vida y muerte los unió con dos ramas en común en la cruz, la vilca de Tacna y el molle de Loma Quemada de Moquegua. 

domingo, 3 de septiembre de 2017

1- LA CAMPANA DE EL ABOGADO




¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! - Se va pintando la campiña con al tañido uno acá, otro allá, en cada rincón un pincelazo sonoro. Viñas enanas, viejas señoras sentadas en la ladera, una al lado de otras, escondiendo en sus faltriqueras de hojas, racimos de dulces uvas negras, blancas, Rosa del Perú, quebranta, etc; cuentas de rosario en rezo de sabor de la mañana. Verde paisaje impregnado de trinos de jilgueros, arrullos de palomas. Culebras, quieto el angosto callejón con paredes de pirca, marchan en fila las piedras tomadas de las manos con el barro callejón de la cuchilla de Estuquiña en el se cayeron del bolsillo de la vida los rastros y las huellas. Cinta liquida de plata cantarina la acequia en su caudal moribundo circulaban palos raquíticos, ilusiones juveniles juegos y penas. El agua conversaba con los helechos y gramas de amoríos inocentes, de alegres mozas. Arroyo, balneario recreo en tiempo de Carnaval. Toda la edad, arteria nutricia de toda la campiña. - ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Golpe metálico de tañidos cabalga entre huertas de toda la campiña. Dalia marchita por los años, el rostro de doña Isabel se iluminó al salir de los pétalos de sus labios una voz suave y firme.
- ¡ La campana del Abogado está sonando segura, ya entró el río! ¡Gracias a Dios ya tenemos agua nueva¡ Sabino su hijo mayor dijo a sus hermanos:
- ¡Vamos a ver el Barroso está sonando fuerte!  - Refiriéndose al río. La ladera se le hizo pampa ante los pies descalzos de Sabino  y sus hermanos, llegaron a la ribera del río que con los sauces es esquelética caja torácica del cauce. El viejo ajado por la mano del tiempo, Timoteo parado a la orilla del río exclamó,
 - ¡Mes de enero, agua primero. Febrero loco, agua un poco. Marzo tercero agua espero. ¡Abril agua mil! Era un caudal de chocolate espumoso servido por las lluvias, las chilcas, cañas y sauces eran la canela en aquel jarro.
- ¡Quién se habrá quedado en la otra banda está cargando piedra! Exclamó Timoteo.  - ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! La campana con su metálico canto, alarma incesante, avisaba que el río había entrado. Tañidos diarios que indicaban la hora para la peonada, cotidiano tañer y repiqueteo grabó con escritura invisible de sonoras hondas el cerebro, arcilla húmeda de Santiago. Le talló con martillazos de bronce una gran incógnita ¿Dónde estará la campana? ¿Quién la tocará? ¿Cómo sabrán para avisar? - ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Otro día Doña Isabel dijo:
- ¡Llaman a reunión tenemos que ir a la escuela! La escuela única luz para la ruta obscura de los retoños del pago, situada como cabeza al inicio del callejón. Comenzó allá a llegar gente Primero un hombre con pies de adobes rajados por el sol ardiente, su mirar de brisa matutina, rudo tal cual los molles viejos de la quebrada. Otro con un zurriago, en el hombro recio como los cerros. Una mujer seca con geográfica cara, hoja quebrada por el tiempo, taciturna, llamada, Ciriaca. Cayeron cual frutos maduros de chirimoyas los habitantes de la campiña. Alipio el Gobernador, robusto hombre de hablar tranquilo, dijo:
- ¡Quieren hachar las matas de pacay por orden del Ministerio. Dicen que hay que terminar con la plaga de la mosca de la fruta! Árida la anciana, le brotaron dos puquios en los ojos y entre sollozos exclamó:
 - ¡Qué me corten la cabeza primero. ! ¿Qué les hacen los árboles? Siempre dan alguito para mis nietos aún que sea. Todos dijeron:
 - ¡No dejaremos que los corten! 
Se deshojaron los días de las ramas de 10 meses. Una tarde impregnó con voz de bronce los senderos. Punto de reunión la escuela está vez, atraparon ladrones de fruta en el fundo Los Velarde, pedían ayuda para llevarlos a Moquegua. Una mañana la campana gritó frenéticamente, era para avisar que se querían llevar la profesora de la escuela. Siempre las notas sonoras se quedaban escritas en pentagramas de surcos, huertas y montes. A veces suaves cual susurros, otras alaridos algunas implorantes socorros. Tañido cual suspiro de recuerdos se quedó vagabundo en el valle. El pensamiento amanecido de Santiago se sorprendía constantemente ante aquel lenguaje de bronco metal. Pasaban los días como el agua de la acequia uno que llegó con espumas blancas, de visita, el padre de Santiago dijo:
- ¡ Anda a comprar una cuartilla de vino a la bodega del Abogado para tomar con mi compadre que ha llegado de Ilo! Callejón abajo, en orfandad de creencia, una mano con su silbido y la otra con el porongo llegó Santiago hasta la tranquera del fundo del Abogado
- ¡SEÑORAAAA! ¡SEÑORAAAA! La voz del chiquillo. Atentos guardianes, los perros contestaron con ladridos, tras ellos una mujer de mediana estatura.
- ¡FUERAAA! ¡FUERAA! Pasa hijo ¿Qué quieres?
-. Dice mi papá que le venda una cuartilla de vino. Caminó Santiago tras la señora de tez blanca, Ahí estaba la bodega de cuerpo de adobes, aguda cabellera su mojinete, sonrientes labios con dientes de hierro forjado las ventanas, los brazos, cruzados el portón de tosca madera.
- Espera acá hijo voy a traer la llave. Perdido en nube de ilusión el niño pensó ¿Donde estará la campana?  Regresó la mujer de cabellos de noche nublada, ojos de luna de mayo, sonrisa de estrellas, vino con una enorme llave al darle vueltas protestó con chillidos soltando sus manos. En el interior de la bodega hacia el lado izquierdo un gigante balde de madera, la gran cuba, lugar donde pisaban las uvas, situado en alto donde partía como larga asa un canal de piedras calizas por el cual se repartía el mosto a las preñadas boconas tinajas. Ante esta visión Santiago quedó perplejo.
La señora tomó en sus manos un tapón de pipa y comenzó a golpear las duelas de las pipas, estas respondieron con diferentes tonos contestando al llamado, borrachas pletóricas de vino se habían quedado dormidas unas al lado de otras. Con una manguera, cual sanguijuela saco sangre etílica de las rechonchas señoras.
¡Trae tu porongo. No te doy vino eres muy chico para darte trago!. El porongo llenó de vino. Santiago alargó la mano con un billete de cinco soles. - ¡Tengo que darte vuelto ven conmigo!. El pequeño comprados tras la dueña, a la derecha corrales de ovejas, chanchos, gallinas que en destartalado coro parecían cantar todos hambrientos. Llegaron a un costado de un cobertizo que sus brazos era un balcón largo de hierro y madera tendido contemplaba la ladera, el piso era de pequeñas piedras blancas y negras formaban figuras de trébol y corazones, cartas de casino de la bodega en el juego de la vida. En el centro una mesa, señora de gruesos muslos con falda de hule, en su regazo aguardaban ser almuerzo, repollos, choclos, racachas. En el ala derecha una puerta tallada alargaba una alfombra de sombra obscura, a su lado ojo único con pestañas de hierro forjado, cejas de enredaderas, un ventanal por el cual se podía ver en su interior el dormitorio, una vitrola RCA Víctor sobre un mueble color caoba acompañada por un moreno lamparín confidente de la familia. Santiago se asomó al balcón en sus ojos relámpagos de sorpresa. Allá dos enormes recipientes color plomizo, gigantes intestinos metálicos, culebras dormidas de latón. En la parte baja de estas enormes teteras una boca de horno que tragaba leña de molle, eran los alambiques estaban destilando. Escudriño con su mirada. Santiago se preguntó ¿y la campana?. Sin querer llegó su mirada hacia el extremo del alero. Allá pendiente de una luna arete de la casa, la campana del Abogado. Era un sombrero de un gigante invisible quieta, indiferente, verde obscura, una soga pendía del badajo tal enorme cola, que se movía con el viento meciendo el tiempo, bocona, misteriosa, recia, fuerte. Las figuras en alto relieve de su borde realzaban su nobleza. Su interior bruñido por los golpes esperando retornar para decir algo. El viril badajo, gota péndula de rocío de bronce en la campanilla enorme del alero. Pistilo golpeante. El fondo obscuro de la campana brillante, envejecido por los golpes, conocedor de avisos y comunicación. Era tal vez una palta, aguacate, era fruto metálico maduro de la bodega cascabel de la campiña. Cencerro de caudillo.

-¡Toma tu vuelto! Dijo la señora. Esas palabras hicieron volver de su fantasía al comprador. Regresó con su porongo lleno de vino. La edad se le empozó a Santiago y fue sordo al tañer de la campana que antes fue familiar, luego compañía, después esperanza, luego ilusión. Las vides enfermaron gravemente, agonizaban sin atención sin santos óleos, también la pollera de bronce, murieron secas unas, la otra en el olvido. Se despidieron las viñas con sus moños en alto arañando agua del cielo. La campana enmudeció se olvidó el cantar, se quebró su voz una tarde que llegó lerda. A las pipas se les secó su sangre de sino, se la cayeron las duelas, como al viejo los dientes, los zunchos cual costillas de esqueletos. Las tinajas secaron su vientre con polvo de olvido. El último tañido de la campana quedó chorreando notas metálicas en el tiempo. Santiago hoy donde se encuentre seguro siente un ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Que llama a una reunión de recuerdos, para hacer una asamblea de sentimientos. Tal vez hoy se pregunte ¿Cómo sabían tan rápido de los aconteceres del lugar? Santiago no lo sabe. Sólo sabe que el tañer del alma anuncia que el río de la vida se está secando y el labio invisible de la campana del abogado le pide un beso vibrátil de despedida.

domingo, 6 de agosto de 2017

ALGO DE MOQUEGUA

DR VID    hacia pag



EL ARREO


La tristeza aun galopa
las vaquitas arreando
Con las huellas del camino
las penas se van quedando

En el hilo del sendero,
vacas cuentas de rosario,
cerro se vuelve calvario.
El mugido lastimero,
Padre Nuestro del ternero.
Recuerdos llena la copa
donde beben pastor, tropa.
La nostalgia hace camino
en todo ese destino
la tristeza aun galopa

Se está quedando el toro,
detrás la yegua alazana.
El sol pinta la mañana,
con eternos rayos de oro,
las crines del caballo moro.
El alma se va quedando,
cada paso que va dando,
el arreo de ilusión
Por si nace una canción
las vaquitas arreando

Hambre fantasma compañero ,
de las vacas cabras, ovejas,
llevan gachas las orejas,
por el cansancio fiero.
Escondido en el apero,
viaja, sentir peregrino
siempre limpio cristalino
para la adorable chola
Ganado polvo una bola
con las huellas del camino

Mueren en rojo ocaso,
la tropa por la quebrada.
Las estrellas en manada,
los acompañan al paso,
escarchándoles, espinazos.
Los luceros parpadeando,
las sombras van danzando,
con la noche misteriosa.
En esa vida que empoza,
las penas se van quedando.


CHICHA BAYA


En Estuquiña dulce bebida
de uvas es la hija predilecta
hermana amada de cubas
 y del vino la tocaya
es la dulce chicha baya

Sábado prepara el alma,
el domingo que se zafa.
El estómago como garrafa,
suspira con toda su calma,
al primer trago, y empalma
al segundo y sin medida,
siempre en la escurrida,
del cantor cajón y guitarra
Escondida bajo la parra,
En Estuquiña dulce bebida

Es delicia, néctar del mosto,
rápido, se trepa al cerebro,
bailas sin música, requiebro,
con pescuezo limpio  angosto.
La llama el mes de agosto,
con las duelas de colecta
y el  sol, dulzor le inyecta.
Los hollejos le hacen ajuar,
así la doña, es novia sin par,
de uvas la hija predilecta.

Color especial cobrizo,
te cautiva toda la visión,
te zangolotea el corazón,
cuando pruebas su hechizo.
Cae el fuerte, flaco y rollizo,
andando como las orugas.
Ríen escobajo y uvas,
al mirar, cómico desenlace.
En abril siempre nace,
hermana amada de cubas.

Preñadas están las pipas
y esperando al retoño.
Al peinado quita el moño,
al estreñido, suelta las tripas.
Si no te coge es de chiripas,
te saca figura pinta y raya.
Es del vino de la tocaya,
esta agradable dulce niña.
Me refiero a Estuquiña
 a la dulce chicha baya




LA LLIGLLA


La lliglla multicolor,
esta volviendo criolla,
jarana de San Francisco,
de tanto abrigar la luna

Silban alegres en la jarana
los canutos de la quincha
El huayno humilde pincha
al charango que con pana
abraza a la dama Juana
le pide cambiar de amor
Hacen ronda en el corredor
la zampoña y la quena
Suspira ya muy serena
la lliglla multicolor

Fiesta de la Santa Cruz
todos se vuelven devotos
quedan los zapatos rotos
al bailar de noche, sin luz
Al bombo le da patatús
al mover el mazo la olla
Fe en todos se descolla
temblando de frío y perdón
La lliglla como un pendón
se esta volviendo criolla

Alferado como Ekeko
atiende la concurrencia
religión folklore esencia
sacan a Dios del chaleco
de singular recoveco
El tiempo es ya arisco
todos ya sudan  pisco
de las mejores bodegas
de alegría llenan talegas
en jarana de San Francisco

se prende bien la tonada
en el alma, como cadillo
todos como un ovillo
cantan bajo la ramada
La lliglla bajó de la puna
ha tenido misión  solo una
no dejar persona alguna
sin abrigo en fiesta citadina
volverse más ,mas colorina
de tanto abrigar  la luna

Torata



Las casas cosechadas
en el río y la rivera
tus callejones enredaderas
en  fértiles quebradas
Tus tarde engalanadas
con el trinar de los jilgueros
en tus tarde sapos troveros
en acequias de Yacango
cantan así desde el fango
con sentires jaraneros

Serpentean tus callejas
lento por la ladera
persiguiendo una quimera
que quedó entre rejas
de tus casonas viejas
La Banda y sus molinos
Chacane y sus caminos
la virgen en Ilubaya
Trigales en Sabaya
con gorriones y sus trinos

Las acequias de Coplay
cantan tu nombre sereno
tu iglesia y el pan de oro
La Pascana y el Pacay
Las canasta y el balay
entregan tu famoso pan
tus toscas dulzura dan
a todos los forasteros
Los chihuancos copleros
te cantan en el Arrayán

Te dan arrullo cuculíes
repiqueteo el chalán,
los colores de tafetán
entregan los colibríes
el sabor los capulíes
Zampoñas de Cruz Pata
te llevan la serenata
para ti tierra pujante
por donde esté andante
lleva el nombre de Torata



MUERTO


Hasta la cama de paja,
reprocha por última vez.
Ansiosa larga espera,
a su ultimo latido.
Llagas de eterno olvido,
todo lo consumieron,
hueso, recuerdo sentir.
Tos desgarró su pulmón,
escupió su vida y pena,
esa tarde moribunda.
Hambre apretó su cuello,
ahorcándole su alma
Años  oxidaron su sentir,
con húmedas madrugadas.
Se le desparramó la suerte,
en la fría mesa de muerte
perdió su almuerzo
en  recoveco del tiempo
Escupió su ultima vida
sin saliva de esperanza
su mirada se hizo un hueco
por donde pasó su aliento
 dejó  su existencia colgada
en la horqueta de la choza
Lo cargaron  los años
que llevaba a cuestas
nunca jamas tubo fiestas
solo trabajo y sufrir
 pusieron en su espalda
todo el dolor del mundo
Murió el viejo rengo  bisojo
no hubo llantos ni congojas
solo gimieron los goznes
de su puerta de recuerdos
Mortaja eterna sus harapos
como lápida una piedra laja
A esa talega de pellejo
lo llenaron  los huesos
Nadie  ese día consiguió
 secas lágrimas de piedad
En un burro lo cargaron
para no sentir el peso
de sus inmensas penas
cavaron profunda fosa
en el cerro de los pobres
Boca abajo fue consigna
para evitar que regrese
con sus penas  desdichas,
fue solo  por la ladera
para jugar  sus fichas
en esta fugaz carrera

VACÍO

Se  cayó todo el vacío
de su marchita sonrisa
Se fue la fe de su misa
sin Credos de amor
Perdido el sol de su día
en la calle de siempre
La senda  comió su sombra
con hambre de nostalgia
Corrió su mirada austera
en extraños ojos tiernos
Se perdieron sus antojos
por la   madrugada
Agónica voló su caricia
por la verde pradera
y yo derramé mi querer
hipnotizado de amor
por sus tiernos labios rojos



CAMINO DE CHURRUCAS


Remolinos de suspiros
brisa de recuerdos
polvareda de pensar
Se alcanzan las sonrisas
retozando en el camino
con  silencio de la tarde
La ternura se acurruca
en  camino de Churrucas
jugando  las escondidas
Fue cesando el pulso
entre latidos de huellas
Las cañas de la acequia
silbando antara solitaria
acompañó somnolienta
el caminar lloroso huérfano
Los brazos de la senda
nos abrazaron dolorosos
con  quebrada del Condado
que se peinaba con mimbres
sauces molles yaros
Los rastros eran lo faros
en aquel mar de cascotes
Los zapatos lloraron
entre cuestas y bajadas
Lamentó  con voz dolida
aquel grupo de muchachos
que escribieron con voz
indeleble  efímera juventud
Hoy  caminos  diferentes
los recuerdos los mismos
y los amigos ausentes.

NÁCAR
Tus manos caja de nácar
llenaré muy lentamente
con pétalos de caricias
Tus cabellos tul de noche
acariciaré de día
llenaré de aroma
Tus labios caja de néctar,
llenaré de miel
del panal del amor
Tu mirar cesta de luces
llenaré muy lentamente
con arco iris de amor
Me llegaste después‚
yo te amé primero.

con cariño de niñez