El valle poblado de jorobadas vides, que proyectan sus ramas, cual
manos ofreciendo, dorados, negros, rosados racimos de uvas. Sabores diferentes, néctares de
dioses, dulzores de uvas para los mas refinados paladares, que se disputan la
exquisitez , las del fundo Yaravico con las del fundo Locumbilla. Últimos días
del mes de Mayo y primeros de Abril. Tiempo de vendimia, calderos de cobre y
estaño, pailas, peroles, cazos, odres sedientos. Prensas , lagares dispuestos a
llorar mosto. Uvas listas para someterse a la sangría, de la que solo quedarán
escuálidos escobajos y calaverinos hollejos. Los capachos (especie de serones
forrados en cuero) hermanos gemelos en
los lomos de los burros, mulas, con sus bocas abiertas para recibir la cosecha.
Vivencias que se escapan por entre los dedos del tiempo. Tiempos de bonanza,
que partieron con gloria dejando un suspiro que se nutrió de boca en boca. Don
Felipe Estrada hombre bondadoso de mucha fe, viñatero , excelente bodeguero,
trabajador constante, siempre presto a regalar una sonrisa que asomaba bajo sus
rubios bigotes, la entregaba con una mirada, penetrante, profunda, sincera, de sus ojos azules. De estatura
regular, músculos fuertes y duros como las ramas de los enormes molles que
desinteresados, regalaban su sombra a parte del corredor de la bodega del fundo
Yaravico de quien era dueño.
! Hoy comenzaremos la vendimia ! - Sonó su voz grave y fuerte.
Sincrónicamente levanto el brazo derecho, velludo dorado como las uvas, por el
sol eterno del valle, señaló la viña y termino
diciendo:
- ¡ Que sea buena cosecha para todos! - Españoles eran pocos, más mestizos indios y
esclavos negros, allá reunidos.
Conversando, silbando y protestando y
cantando. En el fundo Locumbilla, también‚ todos estaban en el mismo que
hacer. Contrastando con la nobleza, honestidad y bondad, como la noche del día,
vivía, relajada, placentera y opíparamente Doña Rosenda Sepúlveda viuda de Aragón, gorda
mujer de cobriza tez, timbre ronco en su voz, la que parecía acompañarse de un
eco, nacida de una boca grande, labios gruesos. Criticona, maliciosa lengua,
pequeña cara para enorme boca. Expreso doña Rosenda
- ¡ Sigan cosechando para que sigan pisando uvas! -¡ metan en las prensas las otras que
vienen de la viña chica! - En ese
momento se tomaba su ancha falda de color zanahoria, que pegada sobre su
prominente vientre y protuberantes nalgas parecía un enorme tronco vestido. El
mayordomo, misterioso hombre, de huidiza mirada, que días atrás llegó y fue
contratado para dirigir la cosecha. ¿ De donde venía?. Nadie lo sabia. Pero los
rumores decían que tenía poderes sobrenaturales, algunos decían que podía transformar
las cosas Escuchaba el comentario de la
dueña.
- ¡ Tengo la mejor cosecha de mi vida, alisten todos los odres
peroles para recibir el mosto! El sexto día de cosecha transcurría caluroso,
soleado. Como la mayoría de los del valle. Don Felipe Estrada hijo de España,
heredero del fundo Yaravico, la cosecha terminó.
- ¡ La señora Rosenda de Sepúlveda, la viuda, nos ha invitado !-
Dijo refiriéndose‚endose a paisanos suyos y algunos mestizos
- Hoy harán una fiesta
porque llegan sus hijas. Tu también‚ Cutino .-
Se refirió a un indio anciano que era de su confianza. En caballos unos,
en mulas otros, como cuentas de rosario hacia el fundo de Locumbilla. Estando
ya frente a la bodega se apreciaban las paredes de adobes, altos mojinetes con
techo de cañas con torta de barro ,las ventanas de ellos eran bocas sonrientes,
de las tres largas construcciones. El alero del corredor cubría con su tul de
sombra a los bancos y tarimas que había al rededor de una larga mesa. ,Dos
ventanas de hierro forjado dejaban ver el interior de la bodega, estaban
abrazados por una enredadera de flores negruzcas. La obesa señora al verlos
dijo:
-! Adelante don Felipe !
Estoy contenta con la cosecha ya tengo todos los peroles y odres llenos de
mosto y todavía tengo muchas uvas para pisar. Dos jóvenes mujeres llegaron en
briosos y bien aparejados caballos. Eran sus hijas, con idénticas facciones que la madre. El sol
pintaba el poniente con acuarelas multicolores, dejando sus últimas pinceladas
en la ladera, donde bien ubicada estaba la bodega. Hombres agotados, ante el
trabajo, rendidos, sudorosos, sedientos y hambrientos por la mezquindad de la
dueña, pies casi sangrantes de tanto pisar uvas en los lagares. Se rendían las
acémilas‚ respingando ante la carga de uvas en los capachos de sus lomos.
El mayordomo expreso ante la dueña:
-¡No hay en que llenar el mosto señora! -Ambiciosamente contestó
ésta.
- ¡ Que sigan pisando uvas hasta que el mosto llegue, hasta donde
estoy bailando con mis hijas. ! JA ! !Ja! !Ja -
Reía embriagada no por el vino sino por la avaricia.
- ¡ No insulte usted a Dios y a la naturaleza! - Dijo el mayordomo
.
- ¡ Perro sarnoso ! ¡ Atrevido ! ¡ contradecirme a mí ! !Te ordeno que sigan pisando y prensando
las uvas ! -El mayordomo, en rayos torno su mirada, arrugó el ceño como
enfurecido can, sus labios se movieron tan lentos que parecían grabar las
palabras con un frío acento que estremecía, y se proyectaron en el aire como
martillos.
-¡ Por glotona ambiciosa por mezquina y perversa por
malvada vas a morir y después‚ de tu gloria; sola, abandonada y
sedienta, un hueco, será tu alma y tu
cuerpo, tanto que te gusta el vino ,tu vientre se secara !!! -
Doña Rosenda enfurecida : -
¡¡ Fuera de mi vista !! ¡¡Apártate antes que te mande a azotar!!! ¡¡¡ Maldito ! -El mayordomo salió. Continuo doña Rosenda :
- La jarana no tiene porque morir. - Una curvilínea guitarra con
acordes coquetones comenzó a alegrar la fiesta. En los lagares de la bodega,
los indios los esclavos, seguían en su agotadora faena. El mosto comenzó a
escurrirse hacia el suelo como un pequeño charco que crecía hacia el corredor,
donde discurría la fiesta. Se mezclaba con el orujo y el escobajo depositado en
un rincón del corredor. Dormidos en las prensas y lagares, quedaron los que
laboraban adentro. Afuera borrachos por el vino, agotados de tanto bailar, por
doquier en el amplio corredor quedaron los invitados, unos estirados en los
bancos, apoyados en la mesa otros, hasta don Felipe cayo seducido por Baco en
sus brazos . A doña Rosenda y a sus hijas, una atracción misteriosa las condujo
al rincón del comedor, donde el orujo escobajo y mosto ablandaron el suelo
.Comenzaron a bailar frenéticamente‚ dando tantas vueltas sobre sí mismas, cual
remolinos humanos. Paulatinamente, comenzaron a hundirse, primero los pies ,
luego las piernas El silencio invadió a la noche y a las mujeres. Se hundían muy lentamente ya hasta los muslos.
La noche extendió su negra mano más y más, hasta las estrellas cayeron en el saco
obscuro de esas horas. El frío de la noche se detuvo congelando de miedo a
todas las criaturas del lugar. Lentamente, desaparecieron sus cuerpos, sus
pechos y luego sus cabezas en la tierra, el silencio se eternizó .Las horas se
cayeron en el otoño diario del árbol del
tiempo y una de ellas trajo aullidos lastimeros de perros ,que hicieron
retornar a la existencia aquel lugar.
Las caricias del joven sol de la mañana, hizo tomar conciencia otra vez a las
criaturas diurnas. Primero el cantante y guitarrero, luego los demás hasta que
la luz estimuló las retinas de don Felipe Estrada. El indio Cutino ajado por
los años, aporreado por las horas del trasnochar, gritó asustado
-- ¡¡¡Vení acá papacho!!!-
En el rincón del corredor, todos se quedaron presos del asombro ,al contemplar
tres enormes recipientes de gran boca ,color cobrizo ,panzones huecos a los que
se le escurría un chorrito de mosto mezclado con barro.
-¡¿ Dónde esta doña Rosenda y sus hijas ?! - ¡¿ Dónde esta el
mayordomo ?! - Nadie dio razón de ellos .Todos los allá presentes ,se retiraron
pensativos. Este acontecimiento se trasmitió de generación a generación en
diferentes versiones y dicen que desde aquel día aparecieron y se usaron para
guardar el vino ,las tinajas en el valle de Moquegua.
La maldición del mayordomo como una inalterable profecía se
cumplió. Hoy las tinajas, sedientas y abandonadas, son solo escritura de
arcilla; escrita en las tumbas de bodegas esqueléticas, que nos recuerdan
tiempos de esplendor y prosperidad, hoy
quedan algunas en el valle de Moquegua.