¡Tan!
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! - Se va pintando la campiña con al tañido uno acá, otro allá,
en cada rincón un pincelazo sonoro. Viñas enanas, viejas señoras sentadas en la
ladera, una al lado de otras, escondiendo en sus faltriqueras de hojas, racimos
de dulces uvas negras, blancas, Rosa del Perú, quebranta, etc; cuentas de
rosario en rezo de sabor de la mañana. Verde paisaje impregnado de trinos de jilgueros,
arrullos de palomas. Culebras, quieto el angosto callejón con paredes de pirca,
marchan en fila las piedras tomadas de las manos con el barro callejón de la
cuchilla de Estuquiña en el se cayeron del bolsillo de la vida los rastros y
las huellas. Cinta liquida de plata cantarina la acequia en su caudal moribundo
circulaban palos raquíticos, ilusiones juveniles juegos y penas. El agua
conversaba con los helechos y gramas de amoríos inocentes, de alegres mozas.
Arroyo, balneario recreo en tiempo de Carnaval. Toda la edad, arteria nutricia
de toda la campiña. - ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Golpe metálico de tañidos cabalga entre
huertas de toda la campiña. Dalia marchita por los años, el rostro de doña
Isabel se iluminó al salir de los pétalos de sus labios una voz suave y firme.
- ¡ La
campana del Abogado está sonando segura, ya entró el río! ¡Gracias a Dios ya
tenemos agua nueva¡ Sabino su hijo mayor dijo a sus hermanos:
-
¡Vamos a ver el Barroso está sonando fuerte!
- Refiriéndose al río. La ladera se le hizo pampa ante los pies
descalzos de Sabino y sus hermanos,
llegaron a la ribera del río que con los sauces es esquelética caja torácica
del cauce. El viejo ajado por la mano del tiempo, Timoteo parado a la orilla del
río exclamó,
- ¡Mes de enero, agua primero. Febrero loco,
agua un poco. Marzo tercero agua espero. ¡Abril agua mil! Era un caudal de
chocolate espumoso servido por las lluvias, las chilcas, cañas y sauces eran la
canela en aquel jarro.
-
¡Quién se habrá quedado en la otra banda está cargando piedra! Exclamó
Timoteo. - ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! La campana
con su metálico canto, alarma incesante, avisaba que el río había entrado.
Tañidos diarios que indicaban la hora para la peonada, cotidiano tañer y
repiqueteo grabó con escritura invisible de sonoras hondas el cerebro, arcilla
húmeda de Santiago. Le talló con martillazos de bronce una gran incógnita
¿Dónde estará la campana? ¿Quién la tocará? ¿Cómo sabrán para avisar? - ¡Tan!
¡Tan! ¡Tan! Otro día Doña Isabel dijo:
-
¡Llaman a reunión tenemos que ir a la escuela! La escuela única luz para la
ruta obscura de los retoños del pago, situada como cabeza al inicio del
callejón. Comenzó allá a llegar gente Primero un hombre con pies de adobes
rajados por el sol ardiente, su mirar de brisa matutina, rudo tal cual los
molles viejos de la quebrada. Otro con un zurriago, en el hombro recio como los
cerros. Una mujer seca con geográfica cara, hoja quebrada por el tiempo,
taciturna, llamada, Ciriaca. Cayeron cual frutos maduros de chirimoyas los
habitantes de la campiña. Alipio el Gobernador, robusto hombre de hablar
tranquilo, dijo:
-
¡Quieren hachar las matas de pacay por orden del Ministerio. Dicen que hay que
terminar con la plaga de la mosca de la fruta! Árida la anciana, le brotaron dos
puquios en los ojos y entre sollozos exclamó:
- ¡Qué me corten la cabeza primero. ! ¿Qué les
hacen los árboles? Siempre dan alguito para mis nietos aún que sea. Todos
dijeron:
- ¡No dejaremos que los corten!
Se
deshojaron los días de las ramas de 10 meses. Una tarde impregnó con voz de
bronce los senderos. Punto de reunión la escuela está vez, atraparon ladrones
de fruta en el fundo Los Velarde, pedían ayuda para llevarlos a Moquegua. Una
mañana la campana gritó frenéticamente, era para avisar que se querían llevar
la profesora de la escuela. Siempre las notas sonoras se quedaban escritas en
pentagramas de surcos, huertas y montes. A veces suaves cual susurros, otras
alaridos algunas implorantes socorros. Tañido cual suspiro de recuerdos se
quedó vagabundo en el valle. El pensamiento amanecido de Santiago se sorprendía
constantemente ante aquel lenguaje de bronco metal. Pasaban los días como el
agua de la acequia uno que llegó con espumas blancas, de visita, el padre de
Santiago dijo:
- ¡
Anda a comprar una cuartilla de vino a la bodega del Abogado para tomar con mi
compadre que ha llegado de Ilo! Callejón abajo, en orfandad de creencia, una
mano con su silbido y la otra con el porongo llegó Santiago hasta la tranquera
del fundo del Abogado
-
¡SEÑORAAAA! ¡SEÑORAAAA! La voz del chiquillo. Atentos guardianes, los perros
contestaron con ladridos, tras ellos una mujer de mediana estatura.
-
¡FUERAAA! ¡FUERAA! Pasa hijo ¿Qué quieres?
-. Dice
mi papá que le venda una cuartilla de vino. Caminó Santiago tras la señora de
tez blanca, Ahí estaba la bodega de cuerpo de adobes, aguda cabellera su
mojinete, sonrientes labios con dientes de hierro forjado las ventanas, los
brazos, cruzados el portón de tosca madera.
-
Espera acá hijo voy a traer la llave. Perdido en nube de ilusión el niño pensó
¿Donde estará la campana? Regresó la
mujer de cabellos de noche nublada, ojos de luna de mayo, sonrisa de estrellas,
vino con una enorme llave al darle vueltas protestó con chillidos soltando sus
manos. En el interior de la bodega hacia el lado izquierdo un gigante balde de
madera, la gran cuba, lugar donde pisaban las uvas, situado en alto donde
partía como larga asa un canal de piedras calizas por el cual se repartía el
mosto a las preñadas boconas tinajas. Ante esta visión Santiago quedó perplejo.
La
señora tomó en sus manos un tapón de pipa y comenzó a golpear las duelas de las
pipas, estas respondieron con diferentes tonos contestando al llamado,
borrachas pletóricas de vino se habían quedado dormidas unas al lado de otras.
Con una manguera, cual sanguijuela saco sangre etílica de las rechonchas
señoras.
¡Trae
tu porongo. No te doy vino eres muy chico para darte trago!. El porongo llenó
de vino. Santiago alargó la mano con un billete de cinco soles. - ¡Tengo que
darte vuelto ven conmigo!. El pequeño comprados tras la dueña, a la derecha
corrales de ovejas, chanchos, gallinas que en destartalado coro parecían cantar
todos hambrientos. Llegaron a un costado de un cobertizo que sus brazos era un
balcón largo de hierro y madera tendido contemplaba la ladera, el piso era de
pequeñas piedras blancas y negras formaban figuras de trébol y corazones,
cartas de casino de la bodega en el juego de la vida. En el centro una mesa,
señora de gruesos muslos con falda de hule, en su regazo aguardaban ser
almuerzo, repollos, choclos, racachas. En el ala derecha una puerta tallada
alargaba una alfombra de sombra obscura, a su lado ojo único con pestañas de
hierro forjado, cejas de enredaderas, un ventanal por el cual se podía ver en
su interior el dormitorio, una vitrola RCA Víctor sobre un mueble color caoba
acompañada por un moreno lamparín confidente de la familia. Santiago se asomó
al balcón en sus ojos relámpagos de sorpresa. Allá dos enormes recipientes
color plomizo, gigantes intestinos metálicos, culebras dormidas de latón. En la
parte baja de estas enormes teteras una boca de horno que tragaba leña de
molle, eran los alambiques estaban destilando. Escudriño con su mirada.
Santiago se preguntó ¿y la campana?. Sin querer llegó su mirada hacia el
extremo del alero. Allá pendiente de una luna arete de la casa, la campana del
Abogado. Era un sombrero de un gigante invisible quieta, indiferente, verde
obscura, una soga pendía del badajo tal enorme cola, que se movía con el viento
meciendo el tiempo, bocona, misteriosa, recia, fuerte. Las figuras en alto
relieve de su borde realzaban su nobleza. Su interior bruñido por los golpes
esperando retornar para decir algo. El viril badajo, gota péndula de rocío de
bronce en la campanilla enorme del alero. Pistilo golpeante. El fondo obscuro
de la campana brillante, envejecido por los golpes, conocedor de avisos y
comunicación. Era tal vez una palta, aguacate, era fruto metálico maduro de la
bodega cascabel de la campiña. Cencerro de caudillo.
-¡Toma
tu vuelto! Dijo la señora. Esas palabras hicieron volver de su fantasía al
comprador. Regresó con su porongo lleno de vino. La edad se le empozó a
Santiago y fue sordo al tañer de la campana que antes fue familiar, luego
compañía, después esperanza, luego ilusión. Las vides enfermaron gravemente,
agonizaban sin atención sin santos óleos, también la pollera de bronce,
murieron secas unas, la otra en el olvido. Se despidieron las viñas con sus
moños en alto arañando agua del cielo. La campana enmudeció se olvidó el
cantar, se quebró su voz una tarde que llegó lerda. A las pipas se les secó su
sangre de sino, se la cayeron las duelas, como al viejo los dientes, los
zunchos cual costillas de esqueletos. Las tinajas secaron su vientre con polvo
de olvido. El último tañido de la campana quedó chorreando notas metálicas en
el tiempo. Santiago hoy donde se encuentre seguro siente un ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!
Que llama a una reunión de recuerdos, para hacer una asamblea de sentimientos.
Tal vez hoy se pregunte ¿Cómo sabían tan rápido de los aconteceres del lugar?
Santiago no lo sabe. Sólo sabe que el tañer del alma anuncia que el río de la
vida se está secando y el labio invisible de la campana del abogado le pide un
beso vibrátil de despedida.